Nuestro pobre ego

Aunque no es nuevo el argumento, desde hace un tiempo para acá lo escucho más seguido, sobre todo para cimentar la idea de emigrar; algunas veces lo enuncian refiriéndose a la persona que habla: "yo pienso que me merezco algo mejor, yo no estudié para esto; yo debería estar haciendo esto o lo otro, yo debería estar ganando tanto y cuanto". Incluso me lo dicen refiriéndose a mí: "tú, que eres tan inteligente, tan esto, tan lo otro; tú que tienes maestrías, libros... deberías... deberías". Agradezco su interés. Gracias, pero no; gracias.
Yo, la verdad, no sé qué es lo que debería y lo que no. A menudo pienso en varias cosas para responderles, pero no se las digo; así que ahora las escribo. Y pese a todo lo que me permito bromear con respecto a mi ego, me doy cuenta de que no sufro de esos problemas del "yo debería ser tal cosa". Quizás soy más modesto de lo que siempre he creído. Quizás eso sea una fortaleza.
Yo nací desnudo, feo y pobre. Desde allí para acá todo ha sido ganancia. Al nacer no había estudiado en la universidad, no tenía esta casa donde ahora escribo, ni esta computadora que tecleo incesantemente, ni el carrito que está estacionado en el garage, ni los libros en cuya portada está mi nombre, ni ese papel que dice que soy licenciado o magister en no sé qué cosas, ni tenía tantos amigos. Claro, lo feo no lo he podido solucionar, pero no me importa tanto.
Lo cierto del caso es que carezco de todas esas expectativas, que algunas personas tienen acerca de sí mismas, y que muchas veces no son ni siquiera expectativas reales. Esto me ha ahorrado unas cuantas frustraciones y, por contrapartida, me permite sentirme bien con respecto a lo que hago, lo que tengo y lo que vivo.
Si piensan que miento, basta con preguntarle a cualquiera que haya trabajado conmigo alguna vez. El asunto es que esta actitud hacia la vida en general me hace concentrarme o compenetrarme tanto con mi trabajo, que no lo descuido, sino que lo asumo como lo único que existe. Caso contrario ocurre con las personas que se crean las expectativas de las que he venido hablando: como piensan que deberían estar haciendo algo mejor, son mezquinos con lo que hacen o aun con su vida; muchas veces no cuidan a quienes están con ellos porque piensan que podrían estar con alguien mejor; no aprecian lo que tienen porque podrían tener algo mejor.
Una cosa es tener deseos de superación (sea lo que sea que eso signifique) y otra cosa es vivir en un estado de perpetua insatisfacción e incomodidad con lo que nos rodea. Esta clase de personas me inspiran un poco de lástima, aunque suene a aires de superioridad por mi parte; a menudo su frustración les acarrea estrés, enfermedades, visitas al psiquiatra.
Yo no sé de dónde habrán sacado la idea de que debían ser algo más de lo que en realidad pueden llegar a ser. Si muchas veces sus padres les repitieron la consabida frase: "tú puedes ser todo lo que quieras"; si lo leyeron en un libro de autoayuda o lo vieron en una película. Lo único que sé es que uno puede tener expectativas, pero estas tienen que ser realistas.
Yo, en algún momento de la vida, me di cuenta de que no sería ni cantante de rock ni jugador de la NBA. Alguien me podría objetar: "pero, ¿qué sabes tú?" Exacto, esa es mi fortuna: yo sí sé que escogí algo para lo cual servía: escribir. Y me lo he planteado como modo de vida, lo cual no tiene que ver ni con ser rico ni con ser famoso, sino con ser bueno, aunque muera pobre y en el olvido.
Dice un proverbio no muy conocido: "el que nace para maceta del corredor no pasa" (debe haber otros que dicen cosas parecidas). Así como un árbol no se lamenta por no ser codorniz, ni desea volver a ser semilla, yo no me lamento ni por lo que no tengo ni por lo que nunca he tenido, mucho menos por lo que pude haber perdido. Creo que me ha funcionado. Voy a cumplir 46 años y hasta los momentos nunca me he enfermado ni he necesitado pastillas para dormir. Creo que esto era lo que quería decirles hoy.

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