Entre los aparecidos y espantos,
cuya tarea principal es la de espantar (como la misma categoría lo da a
entender), los más populares en Venezuela son sin duda la Sayona y el Silbón.
Hay otros cuya función y cuya leyenda no son del todo claras, como el Ánima
Sola (cuya única virtud aparente es la de andar sola todo el tiempo); y no se
sabe más de ella, quizás porque nadie la ha visto, pues siempre anda sola. En
fin.
Con respecto a las leyendas del Silbón
y de la Sayona, nuestros protagonistas de hoy, hay muchos paralelismos. Por un
lado, se cuenta, como muchos de ustedes saben, que la Sayona sufrió una
transformación producto de una maldición de parte de la madre, a quien dicha Sayona
(llamada en vida Casilda) le propinó unas cuantas puñaladas, motivada por los
celos, ya que creía que la madre tenía una relación con el esposo (no recuerdo
ahorita el nombre). Si bien es cierto que el marido era mujeriego, la madre de
Casilda no tenía en realidad nada que ver. Luego de cometido el matricidio,
Casilda, o la Sayona, como la llamó su madre, “le mete candela al rancho,
teniendo a su hijo dentro”. Así que también la Sayona es filicida.
Por otro lado, el Silbón es el alma
en pena de un hombre (la leyenda ignora su nombre) que mató a su padre para
comerle la asadura y, como consecuencia de ello, su madre lo maldijo; aunque no
estoy muy seguro si la maldición es sólo por lo de la muerte del padre, por lo
de la asadura o por ambas cosas (suerte también que tuvo la madre, de que no le
comieran nada a ella). Como sabrán, comúnmente se llama asadura al conjunto de
las vísceras de un animal (en este caso de un hombre).
(Me he preguntado, y he preguntado,
muchas veces, si es que la asadura, por lo menos la del ser humano, es algo tan
apetecible así como para matar a un padre. Tengo entendido que, entre los
depredares las partes de las víctimas que comen primero, y por ello mismo las
más disputadas, son las vísceras. Quizás en los tiempos antes de que el silbón
se pusiera a silbar la crisis estaba tan fea como la de ahora, y no
consiguiéndose otra cosa qué comer, la gente se quitaba la asadura los unos a
los otros. Mal futuro nos espera de ser así; no me imagino teniendo que andar
sin asadura de un lado para otro. Además, uno con el tiempo le coge cariño a
sus partes, sean asaduras o no.)
Ambos espantos sucumbieron, en
vida, a una pasión: en el hombre la carne (de la que se come) y en la mujer la
otra carne. Los dos fueron uxoricidas: el uno mata al padre (resolución edípica
de un hambre insaciable); la otra, a la madre (pero no sé cómo se le llama a
esa rivalidad madre-hija en psicología, si es algún síndrome o complejo). En
ambos casos, Silbón y Sayona, la maldición de una madre es el poderoso sortilegio en virtud del cual se opera
la transformación, que lleva a un ser humano a convertirse en un alma pena.
Huelga decir que ni silbón ni sayona han fallecido, ni están vivos; son almas
en pena: no están aquí ni en el más allá; no hay para ellos cielo, purgatorio o
infierno. No están en este mundo pero están en él.
De cuando en cuando aparecen, en
algún camino oscuro y apartado del llano, en algún rincón o pueblo solitario
(se sabe que los espantos huyen de las luces y ruidos de las grandes ciudades),
para asustar a los hombres parranderos (el Silbón) o a los hombres mujeriegos
(la Sayona). Ninguno de los dos al parecer hace daño a la mujer. Quizás sea que
nuestros espantos están de acuerdo con aquello que una vez dijo Dorángel
Fuentes, el célebre comegente: “las mujeres no se meten con nadie”.
Rafael
Victorino Muñoz
@soyvictorinox
Comentarios
Publicar un comentario