En la película
“La teoría del todo” (2014; The Theory of Everything, en inglés), que recientemente tuve ocasión de ver,
se cuenta que al reconocido físico teórico, escritor y divulgador de la
ciencia, Stephen Hawking, le diagnosticaron una enfermedad que ahora es conocida
como esclerosis lateral amiotrófica (ELA). Según la versión mostrada en el
referido largometraje, al autor le predijeron dos años de vida. Pero ya de eso
pasaron más de 40. Lo cierto del caso es que, al parecer, Hawking se concentró
tanto en su tesis doctoral y en todos sus demás trabajos, hasta el punto tal de
que se le olvidó que debía morir en dos años y siguió viviendo. Lo cual
demuestra que un pronóstico médico puede terminar por ser desacertado (gracias
a Dios), si sólo toma en cuenta el aspecto físico del paciente, su
funcionamiento desde un punto de vista fisiológico, pero no otra cosa, más
importante aún: el espíritu, la voluntad de vivir.
Esto coincide con algo que ya
había leído en el libro El hombre en
busca de sentido del Dr. Victor Fankl, psiquiatra y escritor. La mayor
parte del texto narra la experiencia de Frankl, quien hubo de padecer una de
las peores atrocidades de la historia contemporánea de la humanidad: la vida en
los campos de concentración a los que fueron destinados los judíos durante el
nazismo. El autor, nacido en Viena, en 1905, en el seno de una familia judía,
fue internado en 1942 en el campo de concentración de Theresienstadt. En 1944
fue trasladado a Auschwitz y posteriormente a Kaufering y Türkheim. Durante la
estancia en el campo de concentración, Frankl descubre el principio de lo que
posteriormente será su teoría. Allí en el campo se da cuenta de lo importante
que es tener un sentido, o lo que nosotros llamaríamos un proyecto de vida. De
hecho, el factor más determinante en la sobrevivencia en el campo, según se
desprende de su relato, no era la fortaleza física, el tener una mejor
constitución o el haber sido una persona de una robusta salud, sino la fortaleza
de espíritu:
No cabe duda que
las personas sensibles acostumbradas a una vida intelectual rica sufrieron
muchísimo (su constitución era a menudo endeble), pero el daño causado a su ser
íntimo fue menor: eran capaces de aislarse del terrible entorno retrotrayéndose
a una vida de riqueza interior y libertad espiritual. Sólo de esta forma puede
uno explicarse la paradoja aparente de que algunos prisioneros, a menudo los
menos fornidos, parecían soportar mejor la vida del campo que los de naturaleza
más robusta (p. 44-45).
El autor cuenta que muchos
hablaban de las cosas que harían después de salir de allí: un pintor que
proyectaba de los cuadros que haría, otro hablaba de criar a su nieto. Así, muchos se
inventaron un pretexto para sobrevivir. Y esos que tenían tal motivo, sobrevivieron;
quizás no todos, pero sí muchos. Acaso no sea ésta la única condición o
garantía de supervivencia, pero sí un buen aliciente. Otros se dejaron vencer
por el momento y sucumbieron. Posiblemente algunos sin más motivo para vivir
que sólo llegar al día siguiente también pudieron superar ese momento. Pero,
sea con un plan a largo plazo a corto plazo, para vivir hace falta voluntad,
como ya creo que dijimos.
Claro que también existe lo contrario: la gente que parece
que quiere estar siempre mal, incluso estando bien y que no quiere vivir aunque no tenga razones en realidad
para morir. Esto me recuerda otra película: El
señor de la guerra, con Nicolas Cage. El protagonista, como seguramente
muchos de ustedes habrán visto, era un traficante de armas; tenía un hermano
menor, drogadicto (una familia ejemplar, sin dudas). A pesar del negocio nada
edificante, el mayor siempre salía airoso y era exitoso en su trabajo:
consiguió a la mujer que quería y el estilo de vida que deseaba; pero el
hermano siempre andaba mal, por el piso. El mayor en una ocasión le pregunta:
¿por qué quieres andar siempre tan fundido?
(Por decirlo de una manera decente pero que rime.) A mitad de la película, el
menor muere; prácticamente se suicida.
El que quiere estar mal es así. Alguno creerá tener
razones. Quién sabe si piensan que son culpables de algo que no hicieron o tal
vez de algo que hicieron y no pueden arreglar (algo que no es en realidad tan
importante; porque nada es más importante que la vida). En fin, la gente, cuando
quiere morirse, siempre encuentra la manera. Y el que quiere vivir encuentra el
motivo.
Rafael
Victorino Muñoz
@soyvictorinox
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