Nada tan aburrido como hablar del humor. De este
artículo nadie reirá. Eso lo sé. Pero algo hay que decir, así sea en serio.
Antes que todo, comencemos por preguntar: ¿cuál es el verdadero arte: reír o
hacer reír? Si me apuran un poco, diré que quizás más lo primero que lo segundo
pero también viceversa.
Cualquiera que sea, difícil arte es, por partida
doble. No sólo es asunto de retórica, de recursos y de efectos, sino que tiene
tanto de ensayo como de error, con algo más de error que de ensayo: de antemano
no sabemos qué va funcionar y probamos. Un chiste malo: tuvimos buena
intención, nadie lo duda; pero no funciona. Aquí no se perdona el fracaso: el
mal chiste se castiga con la burla y entonces se invierten los roles y el
burlador termina burlado. Así la risa no es del chiste sino del que lo cuenta.
El que tiene sentido del humor tolera el cambio y ríe a su vez. Logro lo que
quería.
Ahora, la verdadera dificultad está en la
recepción: cómo se lo toma el objeto del chiste o cómo nos lo tomamos. Hay
quien bromea pero no deja que le digan nada. Y es que toda broma se parece a
una agresión; en el fondo y en realidad lo es. En el chiste, la broma, la
chanza, siempre se habla mal de alguien, de un grupo; se los deja mal parados; se
exponen sus miserias y se muestran como el rey del cuento: desnudo. En un
chiste siempre alguien se ve retratado.
Pero el muerto tiene sus dolientes: un chiste
sobre gallegos, y los gallegos se ofenden; pueden, no sé si deben. Había una
vez un viejito… y van los de la tercera edad, a protestar, que ellos no son así.
Vienen luego, a veces en masa, los que piensan que todo chiste merece una bomba
y toda broma la cárcel. Las minorías son sensibles. Quizás son sensibles por
ser minoría. Quizás no hay mayorías sino una minoría dominante que nos hace
creer lo contrario, no sé.
El chiste es, pues, políticamente incorrecto,
hay que admitirlo. A menudo es inapropiado, inoportuno. El candidato que quiere
estar bien con todos no debería hacer chistes para no ofender a nadie. Aunque
aquí en el trópico no se sufre de eso. Nada mejor que hacer mofa de nuestro
adversario para divertir a nuestros partidarios. Campañas políticas que parecen
contrapunteo de contadores de chistes hay y habido.
Tengo para mí que el verdadero arte del humor es
aprender a tolerar: tolerar que los demás se rían de nosotros para después
poder reírnos un día de ellos. En la risa hay revancha, venganza, quién lo
duda; pero mejor eso que una puñalada. Después de todo, el que hunde el puñal y
el que lo recibe pueden reír juntos si de una burla se trata y no de una herida
de arma blanca; aunque igual corte.
Y es que reímos con los dientes. Los dientes que
en una época fueron armas, y aún para otros seres vivos lo son. Ahora para
nosotros no pasan de meros utensilios; salvo en las peleas callejeras, cuando
retoman el otro uso. Caneti dice que “la risa ha sido objetada como cosa vulgar
porque durante ese momento uno abre ampliamente la boca y descubre los dientes.
En sus orígenes, la risa contenía seguramente la alegría por un botín o un
alimento que a uno le parecía asegurado. Un hombre que cae evoca un animal en
pos del que se va y al que uno mismo ha abatido. Toda caída que da risa evoca
la desvalidez del caído; si se quisiera se le podría tratar como presa. Uno ríe
en lugar de comer.” Aunque a veces uno ni ríe ni come, señor Caneti.
Claro que nunca falta el que se afrenta y no ríe
cuando los otros lo hacen, porque cree que es de poderosos el no permitir burla
alguna o que el permanecer aparentemente controlado constituye rasgo de una
moral elevada o de alguna superioridad espiritual desconocida para todos los
demás. La risa molesta a algunos poderosos. El poderoso sí ríe, pero permitir
que otros lo hagan es un derecho que administra a discreción, como los decretos
y los cachiporrazos. Algunos gobernantes tienen bufón en la corte. El
gobernante que no tiene bufón es porque él mismo puede hacer esa función.
Pero el temor del poderoso quizás es infundado.
La risa del oprimido no es un arma tan letal. Es lugar común atribuir a la risa
el poder de socavar el despotismo. El que ríe para no llorar es sólo un
conformista o un disociado. El que piensa que todo se solucionará riendo sólo
ayuda a que todo siga igual. Lo ideal sería que llegara el día que no
tuviéramos que hacer eso: reír para no llorar, sino sólo reír. La opresión
continúa si no se hace nada más allá de la chanza. Hay risotadas que no
empobrecen al vencedor ni enriquecen al vencido. Todavía no he visto gobierno
que decaiga solamente a fuerza de chistes.
Yo no reiría por esa razón, sino porque sí; pero
sin descuidar lo demás. Reír es un fin en sí mismo, no un medio. A la larga
descubrimos que si bien el buen humor no es la mejor forma de vivir acaso es una
de las mejores. Eso sí, hay que cultivarlo, como la amistad y otras virtudes.
Hay que preguntarse al respecto, conocerse uno mismo. La mejor forma de saber
si tenemos sentido del humor es ver cómo reaccionamos cuando nos dicen que no
lo tenemos. Yo no me he reído aún de eso, porque no me lo han dicho. Tal vez no
han tenido oportunidad de decírmelo porque me he reído antes, para despistar.
Rafael Victorino Muñoz
@s
Publicado el 15-03-2015
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