La caverna del hipopótamo

Wittgenstein, en su célebre tractatus, sostenía que nosotros comúnmente nos hacemos figuras de los hechos; luego, el contenido del pensamiento estaría conformado o constituido a partir de dichas figuras. Podríamos traducir el término en cursivas con otras palabras más o menos aproximadas, relacionando con lo que actualmente se maneja en la psicología cognitiva, en la cual se habla del esquema como esa estructura que representa el conocimiento general propio del individuo sobre un concepto dado y que incluye los atributos de un concepto y las relaciones entre dichos atributos.
Para autores como Price un esquema puede relacionarse con cualquier estructura de información. Asimismo, un esquema, una vez activado, provee una suerte de taquigrafía mental en el pensamiento y en la percepción, en lo que comúnmente también podríamos llamar estereotipo o idea estereotipada o matriz de opinión… en la medida que direcciona tanto la atención hacia ciertas características del fenómeno, haciendo pasar por alto otras que no creemos forman parte del mismo; a partir de esto, la persona elabora o suele elaborar, entonces, un catálogo personal de información en la memoria acerca de los hechos, los seres o las cosas.
Dicho de una manera más sencilla, una vez que alguien cree que tiene una idea de algo (sea cierta o no), a partir de esa idea asimila nueva información. Y es poco frecuente que, una vez consolidado un esquema, la persona lo modifique; es difícil desaprender lo aprendido para aprenderlo como es.
Aplicando a un ejemplo concreto de fácil comprensión, en el esquema de la mayoría de las personas (si nos resulta mejor, podemos quitar esa palabra y colocar otras como idea, concepto, noción...), un hipopótamo es un animal gordo y lento. Hemos hecho en realidad abstracción de un par de sus cualidades (el aspecto rechoncho y las patas cortas), ignorando otras. Esta cualidad (no necesariamente real) de la gordura del hipopótamo suele ser proyectada incluso hacia las personas, diciendo, por ejemplo, de alguien, que es como un hipopótamo (por su gordura), jugando con figuras retóricas (visuales o textuales), al dibujar una figura animada con cuerpo de hipopótamo y vestido y calzado de bailarina (en este caso se trata de un oxímoron), entre otras invenciones.
Pero lo cierto del caso es que ambas nociones son falsas, y soslayan o ignoran la verdadera esencia del ser hipopótamo, que es un mamífero artiodáctilo ungulado… Digo que ambas ideas son falsas porque los hipopótamos no son gordos u obesos. Se puede decir de una persona o animal es gordo u obeso cuando su relación peso-talla o índice de masa corporal está por encima de una media predeterminada. Y no sólo desconocemos dicha media en el caso de los hipopótamos, sino que tampoco hemos hecho la medición de algún hipopótamo en particular para afirmar que el mismo esté gordo, esto es, por encima del peso que se supone debe tener.
Por otra parte, la mayoría de la gente ignora que la velocidad promedio del hipopótamo es 40 kilómetros por hora, y que la velocidad del hombre más rápido sobre la tierra es de unos 37 kilómetros por hora en promedio (velocidad, que dicho sea de paso, el hombre sólo puede sostener por una distancia de cien a doscientos metros). Así que el hipopótamo promedio es más rápido que el ser humano más rápido.
Pero el asunto es que cuando la gente habla de un hipopótamo, no habla del animal real, sino de su idea del animal, de la figura o esquema que ha hecho (más bien diría que inventando) en su mente. Por lo tanto, este animal (fantástico, si cabe el término) se puede decir forma parte de un conjunto de ideas que podemos denominar el imaginario, o aún, imaginario colectivo, ya que posiblemente la mayoría las personas, así como la mayoría de mis lectores en este momento, hayan pensado esas falacias acerca de los hipopótamos (aunque los hipopótamos no se preocupan, en lo absoluto, por el hecho de que los crean gordos, como sí sucede con algunos seres humanos, acaso algunos de mis lectores).
Del mismo modo, atribuimos una serie de cualidades, rasgos o atributos a los otros animales (a casi todos, diría yo), que, demás está decir, son sólo eso: proyecciones o ideas que nosotros tenemos en la cabeza acerca de ese animal (de la idea de ese animal), y que rara vez guardan relación con el verdadero animal. Así, creemos que los zorros y los conejos son astutos, los tiburones y los cocodrilos son despiadados, crueles o malos, los perros son fieles, las hienas se ríen, los delfines sonríen, los monos son chistosos, las tortugas son pacíficas, los caballos son nobles…

Esto no sólo sucede con los animales, quizás lo hacemos con casi todas las cosas. Vivimos en un mundo de ideas que hemos creado, a menudo equivocadas, que no guardan relación con los hechos. Y nos encanta repetirlas una y mil veces. La mayoría no se toma la molestia de comprobar muchas cosas. Quizás nos vayamos al otro mundo tan ignorantes como llegamos. Todavía no hemos salido de la caverna o de las cavernas. Tenía razón Platón.
Rafael Victorino Muñoz
@soyvictorinox

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