Cuando era niño mi abuelo solía comprar las
Selecciones de Readers Digest. En uno de los números leí una vez esta
definición: un profesional de la estadística es una persona que, si tuviera los
pies en un cubo de hielo y la cabeza en un horno a 350° F, diría “en promedio
me siento bien”. Quizás ustedes pensarán lo mismo que yo: nadie que tenga un
poco de sentido común o, por lo menos, cuatro dedos de frente, como decimos en
criollo, podría pensar semejante exabrupto. Una persona sensata diría: “me está
hirviendo la cabeza y los pies los tengo tan helados que no los siento”, en el
supuesto caso de que pudiera hablar después de creer que su cabeza era un ponqué.
Sin embargo, cuando leo, casi todos los días de mi
vida, en los periódicos, lo que algún genio quiere demostrarme usando la
estadística, concluyo que en promedio no me siento tan bien como debería
sentirme (aunque a veces tampoco me siento tan mal). Sospecho que cuando un
político sólo se dedica a hablar de estadísticas, algo oculta. (Sospecho que
todos ocultan algo.) Parece que pasarse la vida hablando de cifras y
porcentajes constituye la mayor parte del trabajo de estos señores; la otra es
hablar mal de los rivales. El tiempo restante se divide entre decir lo que van
a hacer y explicar que la culpa de que no hicieron lo que debían la tienen las
demás. A qué hora trabajarán, me pregunto yo.
En verdad, nunca falta el gobernante (de la
tendencia política que sea) que espera que creamos, cuando nos presentan cifras
y estadísticas, lo bien que se supone está haciendo su trabajo. “Hemos
invertido tanto por ciento más en rehabilitación de vías públicas”. Pero no sé
por qué habré caído en este hueco entonces, pienso yo, que vivo en otro mundo
donde la estadística no es más es una metáfora que oculta el vacío, para usar
una frase de Octavio Paz; en este caso se refiere al vacío de un hueco; o al
vacío del cerebro de nuestros gobernante.
Es que la estadística dice una parte de la verdad
pero la otra la oculta, la solapa, la ignora o la soslaya. Volviendo al ejemplo
de los huecos, si me dicen que aumentaron un 10% la inversión en vialidad o un
15% en hospitales, habría que contrastar, por ejemplo, cuánto se invirtió el
año anterior; quizás ese 15% más en términos nominales signifique menos que lo
del año anterior en términos reales, por aquello de la inflación. También
pueden decirnos que invirtieron tanto por ciento más en camas de hospitales, en
comparación con el gobierno anterior; pero si el aumento porcentual de la
población es mayor que eso, tampoco se notará…
Si me dicen, por otra parte, que tres de cada cuatro
venezolanos come bien, ¿cómo me quita el hambre saber eso, si da la casualidad
de que yo soy el otro, soy el cuarto, el que no come? Debe ser que el que no
come no cuenta. Si he salido de mi casa todos los días durante 30 años, lo que
suma en total más de 10.000 días, y sólo me han robado cuatro veces, ¿debería
decir que en promedio estoy bien, tomando en cuenta que, en términos
estadísticos, las posibilidades de que me roben es sólo un 0.04%? ¿Cómo le
explico al malandro que me está apuntando con un arma que por cuestión promedio
no le tocaba robarme esta vez? No sé, es difícil pensar con un arma apuntando;
más difícil que calcular la mediana o la moda. Malandro no estudia estadística;
hambre mata promedio.
A menudo, lo que la estadística vagamente nos puede
decir es que algo ha sucedido, pero sólo nos da una parte de la información: la
que se puede cuantificar (otros factores escapan de sus alcances); sin embargo,
eso no nos sirve para saber qué va a suceder. Una vez el profesor Jirafales, en
medio de su clase, dio esta información: “cada 17 minutos atropellan a un
mexicano en el Distrito Federal”. Y el Chavo soltó esta exclamación: ¡cómo
estará el pobre si lo atropellan cada 17 minutos! No, Chavito, no es la misma
persona. Claro, tampoco es que vamos a estar parados en una esquina 17 minutos a
ver cuando atropellan a alguien. Así no son las estadísticas. Pero nadie sabe
cómo son, ni para qué. Es como aquello que se dice de la economía. ¿Será por
eso que son tan afines?
A los narradores deportivos les he escuchado decir
que las estadísticas en el deporte son como los bikinis: revelan todo excepto
lo más importante. También dicen que sirven lo mismo que un poste a un borracho:
más como punto de apoyo que como fuente de iluminación. Si un bateador da, en
promedio, un hit cada cuatro turnos, ¿cómo sabemos lo que va a suceder justo en
este turno? ¿Cómo sabemos si se va a ponchar o si va dar un jonrón? No lo
sabemos. Tenemos que esperar que suceda lo que vaya a suceder. Así que daba
igual si conocíamos o no sus estadísticas. Esas cifras no están allí para ser
tomadas en cuenta antes sino para ser olvidadas justo en el momento después de
que ocurre cualquier cosa imprevista.
Tengo para mí que las estadísticas no sirven más que
para hablar de las cosas que no me parecen importantes; o que las cosas que
considero verdaderamente importantes no se pueden decir con estadísticas. No
sirven, por ejemplo, para hablar de nuestros gustos o para decirle a alguien
cuanto lo apreciamos. Hoy te quiero un 33% más que ayer, Borges es un 12.5%
superior a Calvino, los casados son 18% más felices: afirmaciones tan fatuas
como poco inteligibles; al igual que todas las demás que involucren el uso de
la estadística. Creo que la mejor definición de esta ciencia inexacta fue la
que dio George Bernarda Shaw: La estadística es una ciencia
que demuestra que si mi vecino tiene dos coches y yo ninguno, los dos tenemos
uno”. En
conclusión, las estadísticas son una rama de la literatura fantástica.
Rafael Victorino Muñoz
@soyvictorinox
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