Biografía de un espantapájaros

Nuestro personaje, como todo el mundo, tiene un nombre. Enriquito se llama. Enriquito comenzó en esto más o menos cuando estaba en la universidad. El primer semestre no fue muy difícil, ni muy emocionante. Un ir conociendo, poco a poco,  las diversas clases de personas que hay allí. Pronto entro en contacto con uno de los grupos estudiantiles, los que dicen ser dirigentes y esas cosas.
Como todo el mundo, Enriquito empezó siendo comparsa. A veces lo llamaban para ir a las reuniones. Escuchaba. A veces anotaba nombres de libros de los que alguna vez sólo llegó a leer la nota de contraportada, pero se grababa los nombres. Iba a reuniones, a más reuniones. Había que estar allí y dejarse ver y hacer saber que uno estaba con el candidato.
Cuando vienen las elecciones, como no muchos votan, cualquiera puede darse su valor y su importancia. El candidato sabe quiénes son los suyos. Y Enrique era de ellos. Después le dirían que él era el delegado de prevención estudiantil. Vaya usted a saber qué cosa era eso, de qué se encarga. Enriquito no lo sabía. Sólo sabía que él tenía la llave del cubículo, eso era importante. Abría la puerta. Llegaba primero, se iba de último. Cerraba. Y siempre estaba allí, en el cubículo, campeando a sus anchas, haciendo exactamente nada.
Ya no fue más a clases. Pero tampoco hacía falta; el asunto se resolvía siempre, porque hay profesores panas, de esos que te pasan la materia, porque el profesor sabe que quiere ser director de escuela y los estudiantes, tú sabes, te apoyan en lo que haga falta. (Una vez fueron a hablar conmigo, para que le aprobara la materia a un miembro del grupo, otro Enriquito; porque sí, porque él era un miembro activo de la lucha, qué sé yo qué. Yo les di un sermón usando sus propias palabras. Y se fueron. Pero a Enriquito, o al otro, no le importaba, porque para eso estaba el director de control de estudios, que también los necesitaba.)
Así las cosas, pronto Enriquito fue claustro, ustedes saben, de esos estudiantes que eligen para que elijan por uno pero que después votan como les plazca. Luego fue miembro del consejo, presidente del centro de estudiantes, tras dos intentos fallidos. Porque ya van doce años desde que entró y nunca en realidad ha entrado, por lo menos no a un salón de clases. Pero sí es amigo del decano, o está todo el día en su oficina: se toma su café, desayuna con él y hasta le maneja el carro. Un carro que de repente un día es suyo, como por arte de magia, como en un cuento de hadas.
Y es que Enriquito ayuda en todo, sabe cómo hacer las vainas. Sabe cómo movilizar a los chamos para que cuando el decano hable parezca que tiene el apoyo de todo el estudiantado. Sabe cómo convencer a aquella de que apoye al otro, que más vale ser directora de algo que eterna aspirante a decana. Y es que en estos años Enriquito ha aprendido a hablar, aunque todavía dice estábanos y haiga.
Otra cosa que ha aprendido es a cómo tapar las vainas, cómo hacer lo que uno quiere dejando que el otro haga; porque una mano lava a otra y las dos lavan la cara. Si yo no hablo tú tampoco; los dos ganamos algo y los demás que se jod.., los que van al comedor a recibir su ración de arroz mal cocido y agua.
Este aprendizaje es para su vida futura, porque un día Enriquito se gradúa, o le dan el título, pero por la puerta de atrás, para que nadie sospeche nada. Así, se gradúa de Concejal, porque en lo que sale va para un cargo, siempre hace falta gente así. Para eso es que ha estudiado, porque de Ingeniería no sabe nada. Sin embargo, un día ocupará un puesto donde tendrá que decidir en asuntos que debió aprender en su carrera. Se entiende entonces, por qué los ministros y alcaldes cuando deben decidir, se equivocan cada mañana.
Esto es lo que llaman hacer carrera política. Esto es lo que aprenden y saben hacer. Para poder jugar el juego, hay que aprender sus reglas y sus trampas (pero ya se sabe hay más de esto que de aquello). El político de oficio común, del que pensamos es el mejor candidato porque tiene experiencia, ha pasado su vida haciendo esto: reuniones y cónclaves, alianzas secretas, arreglos bajo cuerda, haciendo lobby, tramando intrigas, pensando en cómo escalar la próxima posición, así sea traicionando hoy a quien te ayudó ayer.
Cada tanto veo a Enriquito: ahora usa saco y corbata. Es viceministro de yo no sé qué. Una vez hasta fue mi jefe. En una reunión me quiso regañar. Yo le pregunté si de verdad él conocía el asunto del que me hablaba. Como no sabía, se calló y no me dijo nada. Por lo menos aprendió algo bueno; cuándo callar. Pero como todo, lo hace por conveniencia, para no quedar mal ni con Dios ni con el diablo y seguir siempre avanzando en su causa personal. Porque para el buen político, él mismo es su bandera, aunque se abrazaría con cualquiera si esto hiciera falta.
Rafael Victorino Muñoz
@soyvictorinox

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